Gosen: El Gran Guerrero (Parte 1)


Gosen
En la costa lejana del Gran Mundo, en la zona encantada donde la magia gobernaba tanto como el cielo y el mar, se alzaba la aldea de Gosen. Era un pueblo grande para su aislamiento, hogar de 1.994 almas que vivían protegidas por el guerrero Álvaro y su ejército. Gosen no pertenecía a los cuatro reinos ni a las doce casas; estaba demasiado lejos, demasiado envuelta en los misterios de la zona encantada. Pero ese aislamiento no les traía tranquilidad: brujas, dragones y duendes malvados acechaban constantemente.  

Álvaro era el guardián de la aldea, un héroe en cuya sombra crecían los jóvenes de Gosen, soñando con empuñar un día una espada tan poderosa como la suya. Entre esos jóvenes estaba Gil, un niño tímido, de ojos grandes y mirada inquieta, que vivía con su madre Myra y su hermana mayor, Ona. Aunque soñaba con ser valiente, el miedo lo paralizaba.  

Ona
Una tarde, mientras Myra cocinaba en su hogar, Ona y Gil jugaban junto en los campos. De repente, del bosque salieron unos duendes malignos, pequeños pero rápidos, con ojos brillantes como carbones encendidos. Capturaron a Ona en un abrir y cerrar de ojos. Gil, petrificado, no pudo hacer más que mirar mientras se llevaban a su hermana hacia las montañas. Sus gritos se desvanecieron en el aire, dejando un silencio que retumbó en el corazón del niño.  

La aldea entera buscó a Ona, pero fue en vano. A partir de entonces, Myra vivió consumida por la tristeza, y Gil creció con la culpa de haber fallado a su hermana. Su carácter se volvió retraído, sus palabras escasas. Pasaba las noches mirando las estrellas, preguntándose si su hermana estaría viva, si podría haber hecho algo para salvarla.  

Dragón 
Los años pasaron, y la vida en Gosen continuó con relativa calma, hasta que un día el cielo se oscureció. Un dragón, de escamas rojas y amarillas que brillaban como llamas, apareció sobre la aldea. Sus rugidos sacudieron el aire mientras descendía, demandando tributo. Al principio, pidió ovejas, pero con el tiempo, su hambre creció. Una oveja por semana no era suficiente, y sus exigencias se volvieron insostenibles. Álvaro y su ejército intentaron matarlo, pero el dragón era astuto y fuerte.  

La aldea se sumió en el miedo y la desesperación. Gil, ahora huérfano tras la muerte de Myra, decidió unirse al ejército como su última voluntad, ya que no sabría que hacer con su vida ahora que ya no está su mamá y su hermana. Quería proteger a su pueblo, pero también encontrar un propósito que diera sentido al dolor que lo había acompañado desde niño. Los años en el ejército lo transformaron: de un joven inseguro pasó a ser un guerrero valiente y hábil, con un corazón endurecido por las pérdidas y el sacrificio.  

Speim
Un día, en el mercado de la aldea, Gil vio a un joven que lo dejó sin aliento. Tenía el cabello dorado como el trigo bajo el sol, los ojos claros como el cielo en verano, y una sonrisa que parecía iluminar el aire. Su nombre era Speim, un viajero que había llegado a Gosen buscando un nuevo hogar. Para Gil, fue amor a primera vista. Al principio, no se atrevió a hablarle, pero el destino pareció conspirar a su favor, y poco a poco, Speim y él se acercaron.  

Speim se mudó a la casa que Myra había dejado a Gil, y juntos construyeron una vida llena de pequeñas alegrías. Speim era todo lo que Gil nunca había sido: optimista, cariñoso, lleno de vida. Con él, Gil encontró algo que pensaba perdido para siempre: la esperanza.  

Innumerables partes
Pero la amenaza del dragón no había desaparecido. Sus demandas seguían aumentando, y finalmente exigió sacrificios humanos. La aldea estaba al borde del colapso, y Gil, como comandante del ejército, decidió tomar la iniciativa. En una madrugada oscura, lideró a sus hombres en un ataque desesperado contra la bestia. La batalla fue feroz, y aunque lograron herir al dragón, este, con su último aliento, juró vengarse.  

El dragón voló hasta la aldea, destrozando la casa de Gil para llevarse a Speim con sus garras. Gil regresó para encontrar su hogar en ruinas y su amado desaparecido. Él solo cayó de rodillas y lloró. El pueblo celebró la partida del dragón, pero para Gil, no había victoria solo un corazón roto en innumerables partes. Miro al cielo esa noche y juro al universo nunca enamorarse, dedicando su vida a su pueblo y el universo le guiñó. 

Los años siguientes, Gil se dedicó exclusivamente a proteger a la aldea. Ganó batalla tras batalla, acumulando cicatrices y fama, pero su corazón permaneció vacío. Nunca volvió a amar.  

El Universo 
Décadas después, tras ganar su batalla número mil, un Gil envejecido y cansado vio una luz en el cielo que lo llamó hacia la montaña de piedra. Subió hasta la cima, donde el universo mismo le habló:  
—Has sido un gran guerrero, Gil. Por tu valentía, te concederé un deseo.  

Gil pidió volver a amar, aunque solo fuera por un momento. Pero el universo le recordó el pacto que había hecho años atrás: había renunciado al amor para proteger a su pueblo.  
—Sin embargo —dijo el universo—, te ofrezco otra opción. Vivirás como un hombre de piedra por la eternidad, pero si encuentras el amor verdadero, volverás a ser humano y vivirás una vida plena, solo por haber protegido tu pueblo. 

Gil aceptó. Su cuerpo se comenzó a convertir en roca, fuerte pero móvil, y vio como el Amanecer iluminaba su gran cuerpo de piedra, él regresó a Gosen. Sin embargo, los aldeanos no lo reconocieron. Él trató de explicar, pero los aldeanos no entendieron lo que decía, lo confundieron con una amenaza y lo persiguieron, obligándolo a huir al bosque. Para los aldeanos el Gran Guerrero Gil había muerto.

Hombre de Piedra 
Desde entonces, Gil vive en la soledad de la montaña, observando cómo el mundo cambia a su alrededor. Las estrellas son su única compañía, pero dentro de su corazón de piedra, aún guarda un destello de esperanza. Quizás, algún día, alguien verá más allá de la roca y escuchará la historia de un guerrero que sacrificó todo por amor.