Gosen: El Hombre Piedra (Parte 2)

Soledad
Habían pasado 142 años desde que Gil se había convertido en un hombre de piedra. Vivía en lo más alto de la montaña, cuya cima estaba envuelta en un silencio eterno. Todos sabían que era el temible hombre de piedra, y su leyenda se había transmitido de generación en generación. La montaña se había vuelto fría y desolada, cubierta de una gruesa capa de nieve que nunca se derretía. Los humanos, temerosos, habían dejado de intentar escalarla, dejando a Gil en total paz.

Sin embargo, esa paz era ilusoria. Cada noche, mientras las estrellas parpadeaban en el cielo, Gil intentaba comunicarse con el universo, buscando respuestas a preguntas que lo atormentaban. Su voz resonaba en el vacío, pero el cosmos nunca le respondía, dejándolo en un estado de soledad infinita. Era un hombre atrapado entre dos mundos, anhelando el contacto que había perdido. La montaña, aunque fría, se había convertido en su hogar, un lugar donde el tiempo parecía detenerse.

Un día, el deshielo comenzó a liberar la montaña de su prisión invernal. Mientras Gil dormía, un temblor lo hizo caer ladera abajo, deslizándose entre rocas y nieve. Al llegar al pie de la montaña, se topó con un bosque vibrante y lleno de vida, un lugar que nunca había imaginado. Los árboles altos y majestuosos parecían susurrar secretos ancestrales. 

Una Sonrisa Encantadora 
El canto de una persona, un sonido que resonaba en el aire fresco del bosque. Gil se asustó por completo al ver a lo lejos a un joven de piel morena, de nariz pequeña y cabello ondulado, que cantaba mientras hablaba solo con su sonrisa encantadora. El hombre de piedra se quedó observando, admirando la alegría del chico, oculto entre las sombras de los árboles. En ese instante, algo en su interior comenzó a vibrar, despertando emociones que creía olvidadas. Comenzó a sentir mariposas en su estómago de piedra, una sensación de enamoramiento que lo envolvía en una fantasía dulce y lejana.

Habían pasado años desde que había sentido esta calidez, desde sus días como un joven humano lleno de sueños. Gil se dejó llevar por esa ilusión, su mente navegando entre recuerdos de amor y risas perdidas. Pero de pronto, el joven dejó de cantar, y una inquietud lo invadió. Se puso de pie y comenzó a buscarlo en el bosque, su corazón latiendo con fuerza. Fue entonces cuando escuchó la voz alegre y energética del chico detrás de él. —¡Hola!— gritó el joven, acercándose con una sonrisa deslumbrante. Sin miedo, sin temor, lo miró con curiosidad y dijo: —Primera vez que veo algo, o alguien, o lo que sea que seas, como tú. He visto brujas, elfos, duendes, hadas, pero nada como tú. ¿Qué eres?— 

Gil, sorprendido, respondió con voz baja: —Simplemente, piedra—. Jason, el joven, sonrió aún más, deslumbrado por la singularidad de Gil. —¡Qué interesante! Bueno, además de hermoso, alto y tan grande, eres súper agradable—. Esa simple declaración hizo que el corazón de piedra de Gil se calentara. Con un leve asombro, contestó: —Gracias.— Jason, sin perder tiempo, le dijo: —Sabes, necesito ayuda, ¿puedes ayudarme?— El hombre de piedra, sintiendo una conexión inesperada, simplemente asintió con la cabeza, dispuesto a acompañar a ese joven tan vibrante.

Mientras caminaban, Jason se presentó: —Soy Jason, ¿y tú?— Gil dudó un momento, pensando si revelarle su nombre real o su condición. Finalmente, se limitó a decir: —El hombre de piedra—. —Ok, perfecto, el gran hombre de piedra— respondió Jason, riendo. El joven venía de muy lejos, acampando en la inmensidad del bosque en busca de un pueblo perdido, el pueblo de Gosen. Gil se quedó en silencio, con la nostalgia de su propio hogar resonando en su corazón. —¿Sabes dónde queda?— preguntó Jason, esperanzado. Gil sintió un nudo en su garganta, deseando contarle que estaba justo detrás de la montaña, pero el miedo a ser visto como un monstruo lo detuvo. En su mente, se debatía entre la verdad y el temor, mientras Jason, curioso y lleno de preguntas, buscaba conocer más sobre el hombre de piedra que había cruzado su camino.

Enamoramiento 
Ayudaba a Jason todos esos días a buscar comida, compartiendo momentos que hablaban más que las palabras. Era un vínculo forjado en gestos sutiles y miradas profundas, donde el silencio entre ellos se volvía un lenguaje propio. Aunque Gil sabía que a Jason le encantaba escuchar su voz, la timidez y la desconfianza lo mantenían callado. Sin embargo, a medida que pasaban los días, Jason se iba enamorando más del hombre de piedra. Cada vez que su mano rozaba a Gil, él se apartaba, como si el contacto fuera un fuego que lo consumiera. La conexión entre ellos crecía, pero Gil se sentía atrapado en su propia naturaleza, temeroso de dejarse llevar.

Una noche, alrededor de una fogata que iluminaba sus rostros, Jason, con el corazón latiendo con fuerza, miró a Gil y, con una voz temblorosa, le dijo: —Sabes, me gustas, me llamas tanto la atención. Nunca había conocido a alguien como tú. Eres callado, pero sé que dentro de ti hay un corazón. ¿Te gustaría, no lo sé, yo solo digo, ir a mis tierras a construir algo juntos, tú y yo?— Las palabras de Jason resonaron en el aire, llenas de esperanza y deseo. En ese momento, el mundo pareció detenerse, y Gil sintió que su corazón de piedra se abría, dejando escapar un torrente de emociones que nunca había experimentado. Pero al mismo tiempo, un pánico profundo lo invadió.

El hombre de piedra se alteró, con el eco de las palabras de Jason retumbando en su mente. La idea de ir a un lugar donde habría más humanos lo aterrorizaba. Recordaba el trauma de ser visto como un villano, un monstruo. Sin poder soportar más, se levantó de un salto y salió corriendo, haciendo temblar el bosque a su paso y asustando a las aves que volaban en bandadas. Jason, confundido y desolado, no entendió lo que había sucedido. Se sintió devastado, creyendo que había malinterpretado la conexión que compartían. Pero en realidad, era Gil quien estaba destruido, atrapado entre el amor que comenzaba a florecer y el miedo que lo mantenía prisionero.

Arriba, en su montaña, el hombre de piedra rugió con toda su fuerza, un grito desgarrador que resonó en el universo. Gritó que ya no quería ser de piedra, que la eternidad le parecía un castigo insoportable. El dolor de su soledad y el anhelo de un amor que nunca se había atrevido a aceptar lo consumían. —Ya es el momento de dejar de sufrir— bramó, sintiendo que su corazón de piedra se quebraba en mil pedazos. En la oscuridad de la noche, mientras las estrellas brillaban indiferentes, Gil se dio cuenta de que había encontrado a alguien que lo veía más allá de su exterior, pero su propio miedo lo mantenía alejado de la felicidad que tanto deseaba.

Mi corazón te entiende 
Y Jason finalmente llegó a Gosen, un lugar que ya no era una simple aldea, sino una ciudad bulliciosa llena de vida y color. Al pisar la plaza mayor, sintió una mezcla de emoción y nerviosismo, siendo un extraño en un entorno tan nuevo. Todos lo miraban con curiosidad, preguntándose quién era ese joven con rasgos diferentes, pero indudablemente humano. Con el corazón palpitante, se presentó ante los habitantes, hablando de su reino lejano y de su misión de impartir educación y lírica, un mensaje de paz que resonó en los corazones de los ciudadanos. La gente de Gosen lo acogió con hospitalidad, ofreciéndole refugio en su hogar.

Las noches en la ciudad eran mágicas, llenas de risas y relatos compartidos alrededor de fogatas que iluminaban sus rostros. Jason, con su voz melodiosa, contaba historias de su hogar, cautivando a todos con cada palabra y cada gesto. Pero fue una noche en particular cuando, al hablar de su encuentro en el bosque, mencionó al hombre de piedra. Al oír su nombre, el ambiente cambió drásticamente. Los murmullos se convirtieron en un pánico palpable, y todos comenzaron a hablar al mismo tiempo. —La bestia, el temible— exclamaron, temerosos. —Él vive en lo más alto de la montaña. Solo ruge, quiere destruir el pueblo—.

Jason, confundido, se sintió abrumado por la reacción de la multitud. —¿La bestia? ¿El monstruo? ¿Cómo puede ser?— cuestionó, recordando la amabilidad y la calidez de Gil. —El hombre de piedra es buena gente, es amable—. Pero los niños y jóvenes del pueblo insistieron, sus ojos llenos de temor. —No, él quiere devorarnos. Él quiere destruir Gosen—. Una anciana se levantó, su voz resonando con incredulidad: —Patrañas. El hombre de piedra no habla nuestro idioma. Solo ruge. No sabe hablar como nosotros hablamos—.

Jason sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. En ese momento, comprendió que él era el único que había podido escuchar al hombre de piedra, que había entendido sus palabras a través del silencio y los gestos. Su corazón se hundió al reconocer que su conexión con Gil era única, que había visto su esencia más allá de la superficie de piedra. La angustia lo envolvió mientras consideraba la posibilidad de que el hombre que había comenzado a amar pudiera ser visto como un monstruo. La idea de que Gil, el ser que había tocado su alma, fuera visto como una amenaza lo llenó de desesperación. Jason sabía que debía volver, que tenía que encontrar a Gil y hacerle entender que su corazón, aunque cubierto de piedra, latía con amor y anhelos.

La Montaña 
Esa mañana, Jason se armó de valor y determinación, emprendiendo el camino hacia la montaña para encontrar a Gil, el hombre de piedra. A medida que ascendía, la pendiente se volvía más empinada, y su respiración se hacía cada vez más aguda. Aunque el deshielo había comenzado, el frío seguía siendo intenso y mordaz, pero el deseo de ver nuevamente a Gil lo impulsaba. Sin embargo, el agotamiento lo venció, y se desmayó en medio del ascenso. Cuando despertó, se encontró en una cueva cálida, iluminada por el resplandor suave de una fogata. Al abrir sus ojos, allí estaba él, el gran hombre de piedra, velando por su bienestar.

Los ojos de Jason se iluminaron al encontrarse con la mirada de Gil. A pesar del frío que aún sentía en sus huesos, el mero hecho de ver a Gil le proporcionó un calor reconfortante. Era como si su presencia fuera un bálsamo para todas sus inquietudes. Con el corazón abierto, Jason le dijo: —Te estaba buscando porque te entiendo. Yo comprendo. Yo te entiendo. Yo siento que te amo—. Aunque solo habían pasado unas semanas desde que se conocieron en el bosque, Jason sabía, con una certeza inexplicable, que Gil era el amor de su vida. Era su primer amor, la primera persona que había despertado tal intensidad en su corazón.

Gil, sin embargo, estaba atrapado en el miedo. Sentía que su condición de hombre de piedra lo hacía inadecuado, viejo y distante. Con voz grave, le confesó a Jason que el pueblo de Gosen no lo quería, que no entendían sus intentos de comunicación, sus deseos de unión. Jason, lleno de comprensión y amor, iba cada tarde a la montaña solo para estar cerca de él. Había días en que no pronunciaban una sola palabra, disfrutando del silencio compartido. En otras ocasiones, Gil, con el corazón pesado, le susurraba: —Quiereme. Quiereme—. Pero cuanto más se enamoraba Jason, más difícil le resultaba entender por qué Gil no quería dejar la montaña, por qué no deseaba ir con él a sus tierras, donde sería aceptado y amado.

Jason soñaba con un futuro juntos, un lugar donde pudieran vivir felices para siempre, lejos del juicio y el miedo. Sin embargo, Gil temía el rechazo, temía que su verdadera naturaleza lo alejara del amor que tanto anhelaba. Era un dilema doloroso, una verdadera lucha entre el deseo de amar y ser amado, y el temor a ser incomprendido y rechazado. En el corazón de la montaña, el amor de Jason y Gil florecía, pero también enfrentaba las pruebas más duras, aquellas que solo el tiempo, la confianza y la aceptación podrían superar.

Desencuentro 
Pasaron los meses, y Jason se encontraba cada vez más desmoralizado. No lograba comprender cómo el hombre de piedra podía ser tan cariñoso en un momento y tan distante y frío al siguiente. Sin embargo, el amor que sentía por Gil era inquebrantable. Estaba dispuesto a aceptar y amar a Gil tal como era, incluso si eso significaba amar a un ser de piedra. Pero, en su corazón, Jason temía que Gil no entendiera la profundidad de sus sentimientos. Lo que Jason no sabía era que Gil también tenía miedo: miedo de no ser amado por completo, miedo de abrirse y ser rechazado una vez más.

Esa tarde, con el corazón hecho pedazos por la incomprensión y la tristeza, Jason se subió a su carruaje. Se alejó de Gosen y del bosque sin despedirse, sin decirle adiós al hombre de piedra. La idea de que quizás nunca sería correspondido como deseaba lo atormentaba. Mientras tanto, Gil, decidido a dar el paso final, bajó de la montaña con la intención de encontrar a Jason. Había tomado la decisión de contarle toda la verdad: quién era, cómo había llegado a ser de piedra, y los miedos que lo acorralaban. Pero al llegar al campamento, encontró el lugar vacío. Jason se había ido.

Gil se quedó esperando, con el corazón pesado, pensando que Jason lo había traicionado, que lo había dejado solo. Sentía que había sido engañado, que quizás todo había sido un sueño fugaz. Pero lo que no sabía era que Jason se había marchado con el corazón roto, creyendo que el hombre de piedra nunca lo amaría como él lo amaba a él.

El hombre de piedra, devastado por lo que percibía como la traición de Jason al haber partido sin una palabra de despedida, regresó a la cima de la montaña, donde dejó que su rugido resonara en el vasto universo. En un giro inesperado, el universo le respondió. Las nubes se apartaron, revelando un cielo claro y estrellado, donde una luz azul, etérea y sabia, le habló: —Lo tuviste en tus manos y se te ha ido. Durante 280 días, estuvo a tu lado, dispuesto a amarte y comprenderte, pero tú no fuiste capaz de abrir tu corazón completamente. Ahora, la decisión es tuya: puedes ir tras él, pero debes hacerlo pronto, porque si él despierta, lo habrás perdido para siempre—.

El hombre de piedra, aún confundido por la magnitud del mensaje, entendió una verdad innegable: Jason era la única persona que había logrado penetrar su corazón de piedra, el único que realmente lo comprendía. Si dejaba pasar esta oportunidad, estaría condenado a vivir eternamente en su forma pétrea, sin el amor que había tocado su alma. La urgencia de la situación lo despertó de su letargo emocional, impulsándolo a actuar antes de que fuera demasiado tarde.

Jason llegó al reino del aire, a la majestuosa Casa de Acuarios. Allí, en medio de la opulencia y la majestuosidad de su hogar, reveló un secreto que había guardado celosamente: Jason era el monarca del gran reino del aire. Su vida estaba llena de responsabilidades y deberes, pero a pesar de todo, su corazón permanecía en esa montaña, junto a Gil. En su palacio, rodeado de riquezas, Jason se sintió vacío, anhelando el amor verdadero que había encontrado en el bosque, con el hombre de piedra.